Ana Cremades
En Televisión Española se ha emitido una serie de programas dedicados a muchas de ellas y resultan fascinantes . Tengamos en cuenta como eran sus sociedades de origen para entender por un lado el mérito de estas mujeres, que sin apoyos ni grandes medios emprendieron dichos viajes de estudio y a la vez, la sensación de libertad que deberían sentir llevando acabo estas iniciativas singulares para su época.
Vamos a por algunos ejemplos como el de Mary Kingsley, esta mujer fue escritora y etnóloga y viajó por África, sóla, en 1894 con 31 años, volviendo en varias ocasiones. Nació al norte de Londres en 1862, educada por su madre en casa según las costumbres victorianas de la época. Su padre, médico, le permitía estudiar en su gran biblioteca. Dándose cuenta de sus dotes científicas, su talento y su curiosidad, recibió clases de alemán, porque era la lengua en la que estaban escritos la mayor parte de los textos científicos. Su padre viajaba frecuentemente por Norteamérica en el séquito de un Lord inglés y se interesaba allí por aspectos como la botánica, y especialmente los pueblos indígenas. A la vuelta a casa dejaba que su hija le organizara sus apuntes, apasionándose por la medicina y las ciencias naturales. Empezó a escribir entonces sus propios ensayos sobre estos temas. Sus padres fallecieron con una diferencia de semanas en 1892, y Mary se encontró con una renta anual y una gran libertad, ya que su propio hermano vivía en China y nadie la tutelaba. Decidió entonces irse a África Occidental, en la que había enfermedades terribles como el tifus y la malaria, y de la que pocos exploradores volvían con vida para contarlo. Los amigos médicos de su padre le aconsejan que no se arriesgase a emprenden semejante viaje y solo se ve apoyada por uno de ellos: el doctor Albert Günther, zoólogo del Museo Británico. Mary le propuso recolectar especies de escarabajos e insectos África Occidental, por la que solo viajaban esclavistas y otros hombres de negocios. Partió desde Liverpool en 1894, y en cuanto llego a Angola le impidieron la entrada aduciendo que era una mujer no acompañada. El oficial que la retenía, selló finalmente su pasaporte asegurándole que no le iban a ofrecer ningún tipo de protección. Los negociantes europeos de Freetown le ofrecieron enseguida su ayuda para montar un equipo de expedición con varios hombres. Comenzaron sus viajes, primero por barco de vapor, después ya en canoa, así que tuvo que aprender a remar, lo que era complicado vestida con su vestido victoriano negro de cuello alto y espesas medias de lana. Ella pensaba que su vestido le ofrecía protección contra los insectos y enfermedades, incluso contra las mordeduras de las sanguijuelas cuando la canoa volcaba.
Los indígenas de la zona se hacen eco de este viaje y salían las familias enteras a verla pasar rio arriba. Su paraguas le sirvió para rascar detrás de las orejas a un hipopótamos o repeler el ataque de un cocodrilo. Recopilaba historias sobre las costumbres y los hábitos tribales además de los insectos y las plantas de la zona. Le interesan las tribus antropófagas y es la primera en escribir sobre muchas de ellas y sus rituales. Ascendió al Monte Camerún por una ruta alternativa jamás usada anteriormente por ningún explorador en 1895. Sus porteadores intentaron sabotear este intento de mil maneras porque temían a los espíritus malignos que habitaban en el monte Camerún. Aún así fue capaz de alcanzar con sólo tres de sus hombres ya que el resto la abandonaron. Volvió con 33 años a Inglaterra, llevando todo el material obtenido en su expedición. Allí escribió su diario de viaje y fue un éxito, de tal forma que su trabajo fue leído en la Royal Geographical Society. Sin embargo, como quería ser aceptada y tomada en serio por sus colegas hombres, se demostraba en contra del acceso de la mujer al sufragio, o de la incorporación de las mujeres a las sociedades científicas en igualdad de derechos con los hombres. A los 38 años moriría de tifus en África. Aunque no supo aprovechar sus éxitos para apoyar directamente el progreso de la mujer, no podemos menos que reconocerle el mérito de sus expediciones que sirvieron de inspiración y modelo a otras mujeres valientes.
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