En general, se entiende por matriarcado a las sociedades donde un grupo de mujeres tiene en sus manos el poder político, económico o religioso. La existencia de comunidades de este tipo a lo largo de la historia de la humanidad ha sido, y sigue siendo, un asunto muy controvertido. El consenso aún está lejos de alcanzarse, y los debates sobre este amplio y complejo tema se mantienen acalorados.
La mayor parte de los especialistas alega que no existe ninguna evidencia arqueológica ni etnográfica que permita afirmar que las mujeres dominaran y explotaran a los hombres en alguna sociedad del pasado. El que se hayan descrito religiones donde aparecen diosas, insiste la mayor parte de los especialistas, no evidencia automáticamente una dominancia femenina.
De hecho, las múltiples investigaciones emprendidas hasta ahora no han podido demostrar que en la historia de la humanidad hayan existido sociedades matriarcales como si fueran una imagen de contrapunto a las patriarcales. Recordemos que por patriarcado se entiende una forma de organización social en la que los hombres ejercen la autoridad en todos los ámbitos; dominan a las mujeres y se aseguran la transmisión del poder y la herencia por línea masculina. Se conocen numerosas sociedades patriarcales, tanto actuales como del pasado, aunque el grado de desigualdades entre los sexos es muy variable.
La profesora de Arqueología y Prehistoria de la Universidad Jaume I de Castellón, Carmen Olària, ha señalado que la organización social que podemos atribuir a las primeras comunidades humanas paleolíticas es la de tribu o clan. Se trataría de sociedades tejidas con un sistema igualitario en las que es muy probable que las relaciones sexuales se mantuvieran comunalmente. Los lazos de parentesco serían entonces exclusivamente matrilineales, ya que sólo la mujer podía reconocer a su propia progenie. Este hecho lleva a creer como más plausible la existencia de un matrilineado en vez de un matriarcado durante el Paleolítico. Por su parte, la arqueóloga Encarna Salahuja sugiere que las sociedades no patriarcales, de las que sí hay evidencias, no deberían denominarse matriarcado, sino sociedades matristas o sociedades con autoridad femenina.
En suma, actualmente un colectivo apreciable de expertos considera que la palabra matriarcado sólo podría usarse con propiedad para definir una comunidad en la que las mujeres dominen y exploten a los hombres, pero no cuando pueden compartir con ellos el poder. Y no existen evidencias sólidas sobre una sociedad en la que una jerarquía femenina controle todos los aspectos de las vidas y actividades de los hombres. Por esta razón, el término matriarcado como descripción de las culturas prehistóricas es mayoritariamente rechazado.
Sin pretender profundizar demasiado en esta controvertida cuestión, hay que anotar que el estudio pionero sobre sociedades del pasado dominadas por mujeres se debe al antropólogo Johann J. Bachofen (1815-1887). En 1861, este autor publicó un libro titulado El derecho materno (Das Mutterrecht), que tuvo un notable impacto en el pensamiento de su tiempo. Inspirado en los mitos griegos, Bachofen creía que la cultura europea temprana había pasado por tres estados básicos sucesivos. En el primero, caracterizado por la barbarie, ningún sexo controlaba nada porque el control no existía. En el segundo estado, la autoridad, tanto en la familia como en la tribu, estaba en manos de las mujeres y reinaba la promiscuidad sexual; debido a la dificultad para establecer con certeza la paternidad, la filiación sólo se realizaba por línea femenina. El tercer y último estado surgió más tarde, cuando estas ginecocracias fueron reemplazadas o convertidas en patriarcados y la humanidad alcanzó un alto grado de organización.
Es evidente que Bachofen calificó a las sociedades controladas por mujeres como un tiempo de escasa civilización. De hecho, consideró que su final seguido por el desarrollo del patriarcado marcó el triunfo de cualidades masculinas como la racionalidad y el orden sobre cualidades femeninas inferiores, del tipo de lo emocional y el desorden. No hay que pasar por alto que, como apunta la experta arqueóloga Joan Marler (2006), lo que describía J. J. Bachofen se ha asociado usualmente con el concepto de matriarcado, pero él nunca usó tal término pese a sostener la existencia en el pasado de sociedades controladas por mujeres. En esta línea, también hay que subrayar que si bien Bachofen fue el primero en reconocer científicamente la existencia de sociedades con dominio femenino, se ha prestado mucha más atención a su concepción de la superioridad masculina.
Hoy en día, como decíamos más arriba, la disputa en torno a la distribución del poder en las sociedades del pasado está aún lejos de cerrarse. Un número sustancial de estudiosos sostiene que, independientemente del término que usemos —matrilineal, matrista o el más discutido matriarcado—, con los datos disponibles en la mano es difícil negar que en las sociedades del Paleolítico Superior las mujeres tuvieran un papel significativo. La mejor prueba de ello es el de una iconografía casi exclusivamente femenina.
Las estatuillas paleolíticas o algunas pinturas descubiertas en las cuevas donde los abundan símbolos femeninos, podrían ser un valioso testimonio de que en aquellas sociedades se rendían honores a las mujeres y a sus actividades. En otras palabras, las interpretaciones más recientes reflejan que las mujeres en el Paleolítico eran importantes y que probablemente ocupaban una posición medular en sus tribus o clanes. Pretender relegar esa centralidad hasta hacerla invisible, no cuenta con el apoyo de los datos empíricos actuales. Una incursión que sólo puede conducir, como ha ocurrido en más de una ocasión, a graves errores.
En esta línea, cada vez son más los estudiosos que paulatinamente han ido abandonando la vieja y caduca idea de que la opresión y la marginación de las mujeres es un hecho natural que ha existido desde los orígenes de la humanidad. Autoras como Encarna Sanahuja, y muchas expertas más, consideran probable que durante la mayor parte de nuestra larga prehistoria nuestros antepasados vivieran en grupos colectivos en los que disfrutaban de una relativa igualdad entre los sexos. La situación de sometimiento de la mujer sería, por tanto, un constructo social, un producto de la organización de las sociedades modernas.
Nos parece obligado recordar que, en muchas ocasiones el «actualismo» ha invadido la ciencia, y por lo tanto hay que ser prudentes ante las generalizaciones basadas en la universalidad de presente. En coherencia, no podemos interpretar el comportamiento humano basándonos en conductas seguidas en los últimos diez mil años, sólo porque de esta época tenemos datos fiables y de los tiempos restantes la información se vuelve más y más borrosa a medida que se adentra en el pasado.
Así pues, siguiendo investigaciones recientes, no resulta descabellado afirmar que en tiempos lejanos muy bien pudieron existir culturas igualitarias en las que mujeres y hombres desempeñaban sus actividades conjuntamente, compartiendo el esfuerzo para la supervivencia del grupo. Día a día crecen las evidencias que muestran que han existido comunidades en las que las mujeres tuvieron un papel considerable; mucho más relevante del que tradicionalmente se les ha adjudicado. Los trabajos de diversas investigadoras, y también investigadores, están proporcionando un sólido marco que refuta esa trama de creencias tejida durante siglos y fundamentada en la universalidad de las estructuras sociales dominadas por los hombres.
No hay datos que indiquen de manera indiscutible que el domino masculino sea una condición universal inevitable. Pero además, suponiendo lo improbable, que históricamente las mujeres nunca hubieran estado al mismo nivel que los hombres, ello no restaría urgencia ni viabilidad a la necesidad actual de luchar por la igualdad completa entre los sexos. No es necesario entroncar históricamente ese reto con ninguna realidad anterior para reivindicar algo que, por justicia, debe existir en la sociedad. Y terminamos con las palabras de la arqueóloga Cynthia Eller (2000): «la historia reciente, tanto tecnológica como social, prueba que la innovación es posible (…), no estamos condenados para siempre a encontrar nuestro futuro en nuestro pasado».
Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.
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