Por María Paula Álvarez
Estudiante de la Lic en Astronomía en la UNLP. Trabaja en la secretaría de extensión de la Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas de la Plata.
Sin lugar a dudas ahí donde pone su lente violeta el feminismo transforma. Parte de esa transformación consiste en abrir la puerta a nuevos análisis, a otras formas de entender las realidades. Como es de esperar la ciencia no está exenta de este proceso.
En el ideario común, la ciencia tiene como principal característica la “neutralidad”.
Esa visión de “ciencia aséptica” parece mantenerla a resguardo de cuestionamientos de tipo social y cultural, como el feminismo, que ponen en crisis las bases filosóficas sobre las que se construye el modelo de ciencia en la actualidad.
Durante mucho tiempo nos hicieron creer que la ciencia era neutra, llevada a cabo por hombres blancos, occidentales, que su máximo desarrollo fue durante la Segunda Guerra Mundial y que ahí terminó su crecimiento. Claramente, esta imagen de ciencia tiene unas cuantas fallas estructurales, no sólo porque reniega de la ciencia de la segunda parte del Siglo XX y lo que vamos del Siglo XXI, sino porque, además, parece estar olvidando buena parte de su propia historia.
Podríamos escribir un artículo entero contando historias, anécdotas y casos varios de mujeres cuya participación en distintas áreas del conocimiento científico fue fundamental para el desarrollo de grandes proyectos e importantes descubrimientos; desde la icónica Marie Curie, con sus dos premios Nobel, hasta Rosalind Franklin y su invisibilizado trabajo en relación al descubrimiento del ADN. No cabe duda de que el camino en el ámbito científico para las mujeres ha sido difícil, lleno de las trabas del propio sistema científico, en el cual no estaban (ni están) ausentes las trazas del sistema machistapatriarcal que atraviesan el resto de los planos socio-culturales de nuestras sociedades.
Ahora bien, en este marco, cabe preguntarnos: más allá de la historia, ¿cómo es la situación actual de las mujeres en el ámbito científico? ¿cómo está éste atravesado por los modelos y roles impuestos desde el status quo?
Si miramos los últimos dos informes (2007 y 2016) del CONICET (principal organismo de ciencia y técnica del país), vamos a encontrar algunos números que nos permitan analizar esta situación en detalle:
En la distribución de becas según tipo y género, vemos, en el último informe, que las becas doctorales tienen una distribución 59.5%-40.5% (prácticamente los mismos porcentajes que en el informe 2007) y las post-doctorales tienen una distribución 62%- 38%, ambas a favor de las mujeres. O sea que si miramos el total de becas un 75% se otorgan a mujeres, esto es 6656 mujeres sobre un total de 11017 becarios.
Sin lugar a dudas, este es un número destacable, porque muestra que las mujeres tenemos buenas posibilidades de acceder a estas becas, pero además porque muestra que SOMOS UN MONTÓN. Otro dato importante que arroja el informe 2016 es que hubo un aumento en la cantidad de personal del CONICET -Planta de recursos humanos: 2007: 7921, 2016: 14254- es decir que en el período entre un informe y el siguiente hubo un aumento en la cantidad de gente involucrada en la ciencia, desde las becas doctorales hasta la categoría de investigadores, pasando por el personal administrativo. Sin embargo, cuando miramos cómo fue el aumento relativo para hombres y mujeres, vemos que no fue parejo ni en la distribución por género ni según la categoría.
En la tabla 1 vemos que, efectivamente, un importante aumento del número total de mujeres. En la tabla 2 vemos que hubo un enorme aumento de la planta total de investigadores, sobre todo para las mujeres.
A medida que subimos en la jerarquía de investigador vemos dos cosas importantes: primero, que el porcentaje respecto al total de investigadores va bajando -la categoría de mayor jerarquía representa apenas un 2% del total- y segundo que el porcentaje de mujeres acompaña la caída -pasamos de ser casi un 60% a rasguñar apenas un 26%-.
La falta de más y mejores políticas científicas con perspectiva de género hacen que sea casi imposible salir del diagnóstico. Revertir o no las desigualdades pasa a dependerúnicamente de la perseverancia de las mujeres, muchas veces a costa de resignar ciertos aspectos de su vida personal y que los hombres no se ven obligados a poner en juego. Esto es porque en la ciencia, como en otros ámbitos de trabajo, empresariales, políticos, etc., las mujeres se encuentran con “barreras” para su desarrollo profesional, que tienen que ver con los tantas veces mencionados “roles de género”. Es imposible entender esto último sin pensar en el lugar de la mujer dentro de la sociedad, mucho más allá del sistema científico. Desde la publicidad, la televisión, el cine, los noticieros, se construye un “modelo de mujer”: para este discurso, las mujeres somos “más sensibles” que los hombres, “hormonales”, “naturalmente maternales”, abocadas a la crianza de los hijos y al cuidado de la casa. Por eso resultamos “más aptas” para carreras humanísticas y sociales o del área de salud y educación, y no para otras disciplinas que requieran características asociadas a lo “masculino”, como la rigurosidad, el criterio y la racionalidad, características de las ciencias exactas y naturales e ingenierías. Así, se desprestigian también las capacidades de los varones, lo que los fuerza a modelos de masculinidad “deshumanizados” o menos sensibles y empáticos. Por otro lado, esta asignación de roles determina no sólo las supuestas capacidades de cada género, sino también los lugares “naturales” que deben ocupar en los espacios de poder. Para dar algunos ejemplos: según estadísticas de la ONU, sólo el 22% de los parlamentarios a nivel mundial son mujeres, y de la lista de empresas Fortune 500, sólo un 5% de los cargos de dirección ejecutiva están ocupados por mujeres. Esto quiere decir que las mujeres no están (no estamos) participando de los espacios de mayor importancia respecto a las tomas de decisiones, lo cual le pone un sesgo a las decisiones que se toman. Diana Maffia (2008) menciona que hay cierta preferencia a elegir directores varones por parte de becarias y becarios del CONICET, lo que, según la autora “refuerza el poder simbólico masculino a la vez que (…) sugiere que las reglas son indiferentes al sexo (entre otros sesgos), y con el que se encubren de retórica neutral las previas preferencias ideológicas” (s/p). Es decir, el mismo sistema refuerza la idea de los hombres como dirigentes naturales, formadores, ejemplo a seguir o referentes, reproduciendo modelos socio-culturales que retroalimentan las desigualdades. Ahora bien, ¿cómo explicamos esto? ¿Cuáles son las barreras que hacen que ascender en la escalerita del sistema científico sea más difícil para las mujeres que para los hombres? Mabel Burin hace referencia a dos metáforas: el techo de cristal y el piso pegajoso, que nos hablan sobre las limitaciones implícitas e informales que sufren las mujeres para avanzar en sus carreras. Maffia (2008) las describe así: “El techo de cristal representa una superficie superior invisible en la carrera laboral de las mujeres. Imperceptible pero imposible de atravesar, que nos permite ver los escalones superiores de una carrera pero nos impide seguir avanzando. Es invisible porque no existen leyes ni dispositivos sociales establecidos, ni códigos manifiestos que impongan a las mujeres semejante limitación, sino que está construido por barreras implícitas, informales y difíciles de detectar. El piso pegajoso es la inercia que mantiene a tantas mujeres inmovilizadas en su puesto, atrapadas en la base de la pirámide económica, sin fuerzas para enfrentar el conflicto que significaría enfrentarse con lo nuevo y desafiar el sistema”. Estas no son las únicas barreras a las que se enfrenta la mujer dentro del ámbito científico. Además, existen las siguientes:
Si bien las mujeres participan en comités de evaluación, no lo hacen en los de distribución de subsidios, pocas veces en niveles de decisión institucional y casi nunca en instancias de decisión de política científica. Esta ausencia sistemática, sin embargo, es justificada a veces con que tienen poco tiempo para participar en estos comités. La escasez de tiempo, por supuesto, tiene relación con las obligaciones domésticas. Pero la segregación es vista como decisión propia, como una preferencia personal por estar disponibles para la familia, y no como una barrera sexista. La segregación horizontal, que se refiere al mantenimiento de una división en el mercado laboral en virtud de la cual las mujeres se concentran mayoritariamente en unos sectores de actividad que tienen menor consideración social y, en general, peores condiciones de trabajo. La desigualdad salarial: aunque es un tópico demostrado internacionalmente el hecho de que las mujeres, con igual formación y por iguales tareas, ganan aproximadamente un 30% menos que los varones, en la ciencia esto suele quedar encubierto por las categorías de investigación. La misma dificultad para el ascenso es pensada por las mujeres como un escollo “personal” que nada tiene que ver con las diferencias de género (“hay pocas becas”, “hay poco presupuesto”, “debe haber habido mejores candidatos en esta convocatoria”). Esta brecha salarial hace más difícil también contar con ayuda doméstica para atender tareas de cuidado, por lo que la posibilidad de abandono de la carrera es mayor. Pero este es un problema que no está acotado al mundo de las ciencias. Tiene que ver con la forma en la que se construye nuestra sociedad, en los valores que se transmiten y en los que no, y en la manera en que esto afecta tanto a hombres como mujeres, en distintos planos de la vida. El sistema científico es sólo un reflejo de un problema general. Maffia (2008) lo resume así: “Vemos que aunque las mujeres seamos aceptadas en las instituciones académicas y científicas, queda todavía el desafío de no travestizarnos intelectualmente como precio de la inclusión, el desafío de afirmar nuestro modo de ver el mundo e interpretarlo para poder hacer aportes valiosos a la ciencia, y el desafío de romper los estereotipos que indican que las cualidades que portamos las mujeres son sistemáticamente inferiores. Fortalecer la autoridad epistémica de las mujeres, no permitir que nuestras exigencias de igualdad se interpreten como un empobrecimiento de las exigencias de la ciencia, como una pérdida de calidad del conocimiento, porque esto significaría dejar sin discutir el núcleo ideológico más duro del sistema patriarcal: la identificación de diferencia con jerarquía” (s/p). Tenemos que dar la batalla para equilibrar realmente la participación de las mujeres en el ámbito científico, sobre todo fuera de las instituciones netamente académicas. Cuantas más chicas tengan acceso al sistema educativo, al conocimiento científico y tecnológico; cuantas más mujeres sean respetadas en su decisión de ser o no madres; cuanto más equitativa sea la distribución de las tareas domésticas y el cuidado de los chicos; cuanto más se hable de las mujeres que revolucionaron la ciencia con sus descubrimientos y teorías; más chances vamos a tener de crecer y desarrollarnos dentro (y fuera) del ámbito científico.
Bibliografía
Estebanez, María Elina; DE FILIPPO, Daniela; SEERIAL, Alejandra. ”La participación de la mujer en el sistema de ciencia y tecnología en Argentina”, Proyecto GENTEC, Informe Final Grupo Redes, UNSO-Oficina Regional Montevideo, 2003.
Franchi, Ana; Atrio, Jorge; Maffia, Diana; Kochen, Silvia. ”Inserción de las mujeres en el sector científico-tecnológico en la Argentina (1984- 2006)” en ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura, CLXXXIV 733, septiembreoctubre 2008, 827-834, ISNN: 0210-1963.
Maffia, Diana. ”Carrera de obstáculos: las mujeres en ciencia y tecnología”, La Habana, 2008. En Lagbrud Lagorio, Cecilia; Brudny, Vera ”Una actualización sobre la situación de las mujeres en Física en Argentina”. Otras fuenteshttp://progress.unwomen.org/en/2015/pdf/UNW_progressreport_ es_10_12.pdf http://www.conicet.gov.ar/recursos-humanos
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